Tengo una cita y me he dicho ante el espejo: “Señorita Pher, si realmente vas a fluir déjate el saco de expectativas en casa”.
Lo he dejado mal cerrado y han empezado a salir y a crecer, a enredarse en mi corazón despeinado y a colonizar mi mente.
Así que aquí estoy, despeinada, serrana y brava. Exploradora de una historia, otra historia. Esta vez látigo en mano y con refuerzos despeinados, toda una dominatrix de expectativas.
Mi “Pepito grillo” se está riendo de mi viendo la contienda, sentado en mi hombro, cerca de mi oreja, sin cortarse un pelo.
Le digo que las expectativas despiertan mi ilusión, ponen lo mejor de mi en el borde del trampolín, preparado para dar el salto. Se ha empezado a reír tanto que se ha tenido que coger de un rizo para no caerse.
Tanta guasa me ha empezado a mosquear, ya estaba despeinada y con el morrete pintado para salir. Se ha puesto muy serio de repente y me ha convencido.
Si voy despeinada por la vida es porque la ilusión y lo mejor de mí ya forman parte del magma que bulle en mi corazón. Cada decisión, cada paso es un latido amoroso y atronador que celebra quien soy.
Lo que tengo que vigilar de las expectativas es su tamaño. Me pongo filosófica y pienso que una meta es una expectativa bien ponderada, no las bestiajas desaforadas que tengo de nuevo en el saco ( cerrado a cal y canto).
Le he puesto a Pepito grillo una peli, queria venirse a la cita y, sinceramente, es un poco torpe fluyendo.
Me vuelvo a pintar de rojo el morrete, me lanzo un besazo al aire, ¡por serrana!, tac tacatac, tac tacatac a ritmo de mi propia percusión me voy acercando a mi cita, a conocerle, a conocerme, a descubrirle, a descubrirme, a despeinarle, a despeinarme.