Descorro las cortinas para dar paso a la semana del amor romántico, el rey del salón de los espejos, de las tartas en forma de corazón rojo, de las cenas con velitas, de los anillos… de la idea del amor.
La ruta del egoísmo müttante cambió mi manera de estar en el mundo. Los primeros pasos los recorrí incrédula, con el corazón irresponsablemente engominado, esperando que llegara de fuera lo que yo no había encontrado en mi misma.
La ruta del egoísmo müttante es de expediciones cortas e intensas, se rompen muchos moldes, hay que recorrerla a corazón abierto y te deja un regustillo de aprendizaje que, al principio fastidia pero luego te engancha.
En cada salida, sin importar la climatología, el corazón se me ha ido desengominando, he aprendido a disfrutar de la brisilla de esperar lo mejor de mí, del viento tormentoso de saberme suficiente y única, del calorcito de un rayo de sol que me confirma que estoy siempre en el lugar adecuado.
Soy creadora de mis estándares mínimos, de lo que necesito, de con quien quiero compartir mi vida y, desde el amor, no me conformo con menos.
La ruta del egoísmo müttante no es otra que la ruta del amor.
Es egoísmo porque sólo siendo responsable de mí puedo construirme para irradiar amor hacia fuera, sólo así puedo vibrar tan alto que se me salga por los ojos, sólo así puedo vivir despeinada.
Es müttante porque el amor bien entendido, bien vibrado y bien vivido me mantiene en una constante superación.
El amor es grande, muy grande y… está en el aire.